domingo, 28 de febrero de 2010

Cuando la tierra nos remeció el mundo

Cuando la tierra nos remeció el mundo, hizo más que desequilibrarnos el cuerpo, hizo más que lanzarnos gritos desde dentro, hizo más que aferrarnos a los nuestros. Cuando la tierra nos remeció el mundo, nos lanzó esas lágrimas que teníamos incrustadas, esas que se creían ya secas, esas que ya habían sido botadas. Cuando la tierra nos remeció el mundo, nos abrió la mente a un lugar oscuro, a un lugar desierto, casi parecido al que debíamos enfrentar. Esta puerta se abrió de par en par, de un modo violento, con un vaivén, que iba y venía, del ayer y hoy, hoy y ayer y antes de ayer también.
Cuando la tierra nos remeció el mundo, las gargantas se cerraron, los ojos se sellaron, las manos temblaron ante un mal sentimiento, ante un recuerdo ya zurcido en el interior. Se bloqueo la mente, se cerró ante un desconsuelo, ante una respuesta que no podíamos obtener, y cuando la hicimos, como se suponía, no se obtuvo respuesta.
Cuando la tierra nos remeció el mundo, el pánico se hizo parte de nosotros, se nos unió a la sangre y nos recorrió las venas. Cuando la tierra nos remeció el mundo, los pies se nos enterraron bien profundos, dejándonos las alas muertas.
Cuando la tierra nos remeció el mundo, hizo más que desequilibrarnos el cuerpo, nos desequilibró también el alma y el sueño. Nos desveló de los pensares, dejándolos libres por un tiempo. Amarrados cual volantín, que se eleva bien lejos, bien en lo negro, surcando las nubes de espejos, bailando con el viento. Muy tarde después cesaron el vuelo, volviendo maltratados y dolidos al cuerpo.
Cuando la tierra por fin nos dio consuelo, abrimos los ojos opacados por el cielo, este cielo inmenso que nos bañó de oscuro, que nos envolvió en un manto seco. Cuando nos remecía de nuevo, los pensares se revolcaban adentro, tropezándose en el cemento, azotándose como un vaso en el concreto.
Cuando ya cesó por completo y la tierra se acurrucaba para descansar, nuestros pies y mente se recobraron dejando sangrar el miedo, dejando salir el fuego. Cuando ya cesó por completo y la tierra nos acompañaba en el sueño, las imágenes dudosas salían de su encierro.
Cuando en lo claro los suspiros nos recobraban la vida, los ojos se abrieron amaneciendo más a la deriva, con las alas más armadas y las risas más tranquilas. Los abrazos se hicieron más intensos y los cigarros nos cortaban la vista. El viento en los cabellos nos despertaban ante un mundo distinto, no otro, sino el mismo pero distinto.
Cuando la tierra nos remeció el mundo, se escribió en el polvo el fin de la historia que yo construía, se escribió el fin de ese cuento de fantasías, se termino la historia y la vigilia.