domingo, 4 de abril de 2010

Un agosto muy frío

Porque a veces, la vida se vuelve sin sentido si solo respiramos, se vuelve confusa si solo pestañeamos, y cuando gritamos se nos vacían los pulmones y nos deja satisfechos, ya que gastamos ese aire acorralado para dejarlo libre y así continuamos. Así continuamos con los pulmones desechos, con la mente en fuego, porque queremos dejar salir pero se quedan bien adentro, y cuando gritamos, cuando suspiramos, cuando maldecimos y berreamos, se nos sale lo malo y quedamos desechos. Exhaustos, acabados, cansados y tirados, pero satisfechos, nos quitamos ese casco de pensamientos, esos que nos daban vueltas y vueltas en el lecho, esos que nos mareaban en las noches causándonos insomnio, que nos hacia vomitar verbos. Nos hacia soltar los nudos y agotar la yema de los dedos, nos gastaba la vista y nos dejaba sin aliento. Nos quitamos un gran peso, un gran peso. Chau número tres como dice Benedetti, chau número tres, aquí te dejo, “con tu vida, tu trabajo, tu gente, con tus puestas de sol y tus amaneceres”, pero yo no concuerdo con volver y quedar de oyente, no concuerdo con quedarme transparente, no concuerdo y en esto soy irreductible, con quedarme muda cuidándote a lo lejos. Chau número tres para siempre y de esta manera me despellejo y le grito a los vientos esos males que me pudrían por dentro, esos pesares que me hacían caminar lento, me despido de esos pulmones agotados por humo y encierro, me despido de esos ojos estrechos. Adiós compañero de risas y llantos, de canciones y espanto, adiós compañero de sueños e ilusiones, adiós compañero de desilusiones.
Por eso berreamos y gritamos, moqueamos y maldecimos, para después poder chillar si es necesario y quitarse del cuerpo ese agosto tan frío.