Y es cuando nos consumimos los unos a los otros, cuando la sangre nos palpita en las venas y cuando los ojos nos gritan condena. Se empieza de a poco, uno por uno, dos por dos y así sucesivamente hasta que te encuentras cantando versos al viento, escupiéndole el humo al suelo y riéndote del tiempo. Cuando los acordes se hacen agudos las estrellas te alargan la noche sin conciliar el sueño, llevándote lejos, muy lejos y es cuando a veces se pone negro el cielo. Y los pensares te llevan al encierro, al destierro, a vivir sin hacerlo y a respirar artificial. Las palabras se te enredan, se contradicen, tu mente se contradice y se nubla, se te nubla la razón y los sentimientos, se paran, como cual reloj que no marca el tiempo, como cual guitarra sin rasgueo, o como cual armónica sin sentimientos. Y los susurros te adormecen el cerebro tratando de alejarte del encierro, pero las ánimas te bailan sin consuelo, te rodean el pelo revoltoso, las pestañas sin consuelo, los dedos perplejos. Y un hormigueo te ensucia la espalda, las piernas, los brazos y los sesos. Las gotas te bañan a su antojo, cayendo a lo lejos pero de adentro, bien adentro porque extrañas, si, aun extrañas, las entrañas de las arañas. Las canciones de los dedos, las risas del pelo, las carcajadas del suelo y los vidrios en el cielo. Los algodones amarillos, rojos y naranjos, las montañas de café y nieve y los cielos rasos. Esos infinitos que te hacían pensar en el mar, en el mar de viento, ese que no tenía un horizonte definido, en el cual querías nadar y nadar para encontrar lo perdido. ¿Cuándo lo perdiste de nuevo? Entonces crees que los rasguños y los cortes son parte de la vida, que la sangre que te envuelve no es más que una fantasía y cuando te apoyas encima sientes un tic – tac con ruido, con piedras que te hacen saltar, con ilusiones que te hacen brotar. Y sales, te pones cara a cara con el sol, esa esfera de fuego que te retuerce los dientes, que te quema la mirada y no te hace ver más nada. Es ahí cuando continuas y caminas hacia él para desaparecer, para borrarte del mapa y escuchar canciones sin palabras. Para caerte en un libro abierto que te absorba y luego se cierra la tapa. ¿Cuándo empezamos a perder la ternura?
Y el silencio te envuelve de gris y te cubre con una manta áspera, esperando y esperando. Esperando y esperando. Y seguir esperando… Hasta que de pronto, un silencio sueña, un silencio otorga y un silencio suena. Una nota corta, una nota espesa, se aliviana de la mente y te vuela la conciencia. Pero sigues ahí en la espera… con la vista en ascuas, con las cejas rectas. Y el susurro, nuevamente el susurro, te rodea el cuello y los hombros, te acaricia la espalda hasta los codos. Te encierra una voz dolida, una voz arisca y herida, una voz, una voz distinta. Y caes consiente de la inconsciencia del momento, rebotas las nubes con tus ojos para adormecerlos del rostro. Y esperas y esperas, y hueles, y sientes, y hueles. Un olor amargo, un olor abstracto, un olor sin contenido, un olor sin sentido. Entonces esperas y esperas, piano piano se va lontano.
Piano piano.
jueves, 28 de enero de 2010
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