Y la introducción anuncia el sentir del recuerdo, corren imágenes y sensaciones de antaño, dolores de estómago y ojos cansados.
La voz dulce nos relata una historia ajena y propia, que se volvió propia y terminó ajena.
“Dulce, encantador y mágico, un poco hablador pero simpático, siempre despeinado bajo el árbol”, te retuerce la mente y te mastica los dientes.
Los suspiros de entremedio, las cuerdas vibrando a lo lejos, el sube y baja de los acordes y las lentas pausas, te llevaron a un mundo de antes, de antes. Ese mundo perfecto, ese mundo sin miedos. Te transportaron a un día, a una semanas, a unos meses, donde la ciudad te acurrucaba, donde las sonrisas estallaban. Y los sentires se apoderaron de tu cuerpo, de la espina, las mejillas y las risas, del estómago, los ojos y las manos. Te incendiaron un poco los sesos, las palabras y los besos, esos de antes, de antes.
Y sigue corriendo, te sientes inmersa en una realidad pasada, en un tiempo de antes, de antes. Te desmontaste de este presente inerte y te volaste a antes, antes.
Se te envolvió el cuerpo en frio y en calor, en calor y en frio, en dolor y molestia, en suspiros y siestas, en agrado y alegría, pero a la vez en desagrado e impotencia.
Van y vienen imágenes compuestas, van y vienen realidades opuestas.
“Donde un beso era como un huracán”, te grita esa boca desecha, te grita la boca descompuesta.
Y los ojos te pesan, caen al viento y se cierran, donde la sombra de un pájaro vuela y vuela dejando su huella desierta.
“Hoy quisiera ser mucho mejor” te escala la espalda, te entierra las garras y las hace pesadas, te encorva y te pisa, te escupe y te entierra.
Y las voces de paz te hierven la sien, te la parten en cien y comienza a llover.
miércoles, 26 de mayo de 2010
sábado, 22 de mayo de 2010
Va y viene como el viento...
Va y viene como el viento, decían sus cabellos cuando avanzaba deslizándose por el suelo. Con el cielo en la cara recorría los árboles que la arrullaban en silencio. Respiraba, se colaban pequeños suspiros en sus pulmones que la hacían brotar como las flores, que la hacían mecerse con las canciones. Los ojos cerrados recordaban pasadas acciones, los viejos cigarros y cansadas traiciones. Antiguas caricias se colaban en sus manos, le recorrían de la espina a las mejillas, de los malestares a los pensares, de las tristezas a los desgastes.
Al acostarse bajo el cielo y acomodarse en el silencio, cerró sus ojos y cayó en un sueño espeso, se vio recorriendo pinturas surrealistas al lado de un viejo compañero, con bloques de mar y blancos arcos de piedra, mientras un caballero inglés paseaba por la arena.
Al regresar se encontró suspendida en un plumón de dudas, en un calor sofocante y con un cerebro desbordante. Cerró los ojos para caer nuevamente y así aliviarse de los malestares, pero regresó más vacilante. Una misteriosa inquietud le revolvió los pensares y se paró sin respirar, se asfixió con los mares y se ahogó con los aires. Se alivió más tarde con la lluvia constante, que caía en sus cabellos y bailaban entre ellos. El vapor le ahuyentó los miedos y las ansias, la dejó serena y calma. Pero al volver a su desierto, áspero y seco, frío y sin peso, le tomaron de la mano las locuras y espantos, los vacíos y los trapos.
Y de nuevo la baña la lluvia, que le congela la espina y las mejillas, que le acurruca los ojos y las costillas, que le aliviana los pensares y las incomodidades, que le diluye la tinta roja y las astillas.
Al acostarse bajo el cielo y acomodarse en el silencio, cerró sus ojos y cayó en un sueño espeso, se vio recorriendo pinturas surrealistas al lado de un viejo compañero, con bloques de mar y blancos arcos de piedra, mientras un caballero inglés paseaba por la arena.
Al regresar se encontró suspendida en un plumón de dudas, en un calor sofocante y con un cerebro desbordante. Cerró los ojos para caer nuevamente y así aliviarse de los malestares, pero regresó más vacilante. Una misteriosa inquietud le revolvió los pensares y se paró sin respirar, se asfixió con los mares y se ahogó con los aires. Se alivió más tarde con la lluvia constante, que caía en sus cabellos y bailaban entre ellos. El vapor le ahuyentó los miedos y las ansias, la dejó serena y calma. Pero al volver a su desierto, áspero y seco, frío y sin peso, le tomaron de la mano las locuras y espantos, los vacíos y los trapos.
Y de nuevo la baña la lluvia, que le congela la espina y las mejillas, que le acurruca los ojos y las costillas, que le aliviana los pensares y las incomodidades, que le diluye la tinta roja y las astillas.
sábado, 8 de mayo de 2010
Gritar sin ruido
Y quizás es mejor quedarse inconsciente, quizás es mejor quedarse ausente. Tapar la boca sin dientes, cerrar los ojos lasos y escribir versos corrientes. Coserse a la espalda unas plumas vehementes, arrancadas de sus sienes. Arrastrarte sobre el suelo caliente, arropándote con el sudor de la frente, revolcándote con la brisa espesa que te eleva incoherente.
Romperte los dedos corriendo sin consuelo, dejando una huella de penas en el cielo, escupirle a éste y derretir los pensares congruentes, absorber los malestares de la gente. Cocinar los cabellos mal peinados, arreglar los agujeros del costado, soplar y soplar bien fuerte las comezones de las piernas y brazos, de la espalda y la frente, de las mejillas y las sienes, de los parpados y los ojos transparentes.
Gritar sin ruido que de pronto se nos ha escapado un niño que jugaba tranquilamente en la calle sin pensar que lloverían electricidades, sin pensar que respiraríamos suciedades. Y cuando el pequeño desapareció, el mundo se transformó y cambio su aroma, color y sabor. Giró distinto, extrañamente recogido, se perdió la inocencia de los ojos dormidos.
Y quizás es mejor quedarse discordante, inexplicable y mal oliente, con los cabellos mirando al cielo y no de frente, con los ojos cerrados sin tener contacto con otros ojos examinadores, ni envolverse en brazos traidores. Quizás es mejor quedarse desaliñado y consecuente, con dolores incipientes y otros de antaño, con cicatrices moldeadas año tras año.
Y quizás es mejor quedarse inconsciente, quizás es mejor quedarse ausente.
Romperte los dedos corriendo sin consuelo, dejando una huella de penas en el cielo, escupirle a éste y derretir los pensares congruentes, absorber los malestares de la gente. Cocinar los cabellos mal peinados, arreglar los agujeros del costado, soplar y soplar bien fuerte las comezones de las piernas y brazos, de la espalda y la frente, de las mejillas y las sienes, de los parpados y los ojos transparentes.
Gritar sin ruido que de pronto se nos ha escapado un niño que jugaba tranquilamente en la calle sin pensar que lloverían electricidades, sin pensar que respiraríamos suciedades. Y cuando el pequeño desapareció, el mundo se transformó y cambio su aroma, color y sabor. Giró distinto, extrañamente recogido, se perdió la inocencia de los ojos dormidos.
Y quizás es mejor quedarse discordante, inexplicable y mal oliente, con los cabellos mirando al cielo y no de frente, con los ojos cerrados sin tener contacto con otros ojos examinadores, ni envolverse en brazos traidores. Quizás es mejor quedarse desaliñado y consecuente, con dolores incipientes y otros de antaño, con cicatrices moldeadas año tras año.
Y quizás es mejor quedarse inconsciente, quizás es mejor quedarse ausente.
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