Va y viene como el viento, decían sus cabellos cuando avanzaba deslizándose por el suelo. Con el cielo en la cara recorría los árboles que la arrullaban en silencio. Respiraba, se colaban pequeños suspiros en sus pulmones que la hacían brotar como las flores, que la hacían mecerse con las canciones. Los ojos cerrados recordaban pasadas acciones, los viejos cigarros y cansadas traiciones. Antiguas caricias se colaban en sus manos, le recorrían de la espina a las mejillas, de los malestares a los pensares, de las tristezas a los desgastes.
Al acostarse bajo el cielo y acomodarse en el silencio, cerró sus ojos y cayó en un sueño espeso, se vio recorriendo pinturas surrealistas al lado de un viejo compañero, con bloques de mar y blancos arcos de piedra, mientras un caballero inglés paseaba por la arena.
Al regresar se encontró suspendida en un plumón de dudas, en un calor sofocante y con un cerebro desbordante. Cerró los ojos para caer nuevamente y así aliviarse de los malestares, pero regresó más vacilante. Una misteriosa inquietud le revolvió los pensares y se paró sin respirar, se asfixió con los mares y se ahogó con los aires. Se alivió más tarde con la lluvia constante, que caía en sus cabellos y bailaban entre ellos. El vapor le ahuyentó los miedos y las ansias, la dejó serena y calma. Pero al volver a su desierto, áspero y seco, frío y sin peso, le tomaron de la mano las locuras y espantos, los vacíos y los trapos.
Y de nuevo la baña la lluvia, que le congela la espina y las mejillas, que le acurruca los ojos y las costillas, que le aliviana los pensares y las incomodidades, que le diluye la tinta roja y las astillas.
sábado, 22 de mayo de 2010
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