Y quizás es mejor quedarse inconsciente, quizás es mejor quedarse ausente. Tapar la boca sin dientes, cerrar los ojos lasos y escribir versos corrientes. Coserse a la espalda unas plumas vehementes, arrancadas de sus sienes. Arrastrarte sobre el suelo caliente, arropándote con el sudor de la frente, revolcándote con la brisa espesa que te eleva incoherente.
Romperte los dedos corriendo sin consuelo, dejando una huella de penas en el cielo, escupirle a éste y derretir los pensares congruentes, absorber los malestares de la gente. Cocinar los cabellos mal peinados, arreglar los agujeros del costado, soplar y soplar bien fuerte las comezones de las piernas y brazos, de la espalda y la frente, de las mejillas y las sienes, de los parpados y los ojos transparentes.
Gritar sin ruido que de pronto se nos ha escapado un niño que jugaba tranquilamente en la calle sin pensar que lloverían electricidades, sin pensar que respiraríamos suciedades. Y cuando el pequeño desapareció, el mundo se transformó y cambio su aroma, color y sabor. Giró distinto, extrañamente recogido, se perdió la inocencia de los ojos dormidos.
Y quizás es mejor quedarse discordante, inexplicable y mal oliente, con los cabellos mirando al cielo y no de frente, con los ojos cerrados sin tener contacto con otros ojos examinadores, ni envolverse en brazos traidores. Quizás es mejor quedarse desaliñado y consecuente, con dolores incipientes y otros de antaño, con cicatrices moldeadas año tras año.
Y quizás es mejor quedarse inconsciente, quizás es mejor quedarse ausente.
sábado, 8 de mayo de 2010
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