Y la introducción anuncia el sentir del recuerdo, corren imágenes y sensaciones de antaño, dolores de estómago y ojos cansados.
La voz dulce nos relata una historia ajena y propia, que se volvió propia y terminó ajena.
“Dulce, encantador y mágico, un poco hablador pero simpático, siempre despeinado bajo el árbol”, te retuerce la mente y te mastica los dientes.
Los suspiros de entremedio, las cuerdas vibrando a lo lejos, el sube y baja de los acordes y las lentas pausas, te llevaron a un mundo de antes, de antes. Ese mundo perfecto, ese mundo sin miedos. Te transportaron a un día, a una semanas, a unos meses, donde la ciudad te acurrucaba, donde las sonrisas estallaban. Y los sentires se apoderaron de tu cuerpo, de la espina, las mejillas y las risas, del estómago, los ojos y las manos. Te incendiaron un poco los sesos, las palabras y los besos, esos de antes, de antes.
Y sigue corriendo, te sientes inmersa en una realidad pasada, en un tiempo de antes, de antes. Te desmontaste de este presente inerte y te volaste a antes, antes.
Se te envolvió el cuerpo en frio y en calor, en calor y en frio, en dolor y molestia, en suspiros y siestas, en agrado y alegría, pero a la vez en desagrado e impotencia.
Van y vienen imágenes compuestas, van y vienen realidades opuestas.
“Donde un beso era como un huracán”, te grita esa boca desecha, te grita la boca descompuesta.
Y los ojos te pesan, caen al viento y se cierran, donde la sombra de un pájaro vuela y vuela dejando su huella desierta.
“Hoy quisiera ser mucho mejor” te escala la espalda, te entierra las garras y las hace pesadas, te encorva y te pisa, te escupe y te entierra.
Y las voces de paz te hierven la sien, te la parten en cien y comienza a llover.
miércoles, 26 de mayo de 2010
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